No digas estar orgullosa de algo que no puedes admitir.
Deberías avergonzarte por el doble discurso y la poca credibilidad que das a tus palabras.
Si realmente lo sintieras, lo dirías. No temerías. Incluso ante la duda e incertidumbre, serías fuerte y darías un paso adelante, hinchando el pecho ante el reto.
Pero no lo haces.
Agachas la cabeza.
Defiendes un objeto desligándote de él.
Te avergüenzas de quien eres. ¿Por qué?
El problema no son ellos, eres tú.
Porque no te mantienes fiel a tus convicciones. Aprende a no ser oportunista.
Eres todo lo que desprecias.
Cambia ese modo de pensar tan estructurado.
Entiende que no tienes por qué renegar de quien eres.
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