La ruta no está tan clara como parecía.
El delicado camino que tanto tiempo ha costado trazar se desvanece frente a nuestros ojos y no hay forma de evitarlo.
Impotentes, observamos cómo nuestra mente viaja a la deriva, procurando reservar las fuerzas necesarias para no perecer.
Náufragos de nuestro porvenir, o esclavos de nuestro pasado, algo nos frena. Algo ha cambiado. ¿Es el mundo? ¿Somos nosotros?
No hay forma de saberlo.
Pero ya nada es igual, y eso es todo lo que interesa.
La apremiante adrenalina busca generar una reacción, una respuesta que permita seguir adelante. Pero la parálisis es casi completa.
Ya no hay razones para moverse.
Aquellas viejas idealizaciones resultan hoy absurdas y el futuro no es más que algo insulso y desmotivador.
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