Suena el teléfono. Nerviosa, intento ignorar su sonido, continuando mi análisis sobre la textura de una silla carmín. El pitido se repite, y ya no puedo tolerarlo. Espero impaciente a que se detenga, y entonces lo desenchufo por completo. Suspiro, aliviada.
Una carta llega con el correo. Entre reacia y curiosa, la abro. Leo palabras de preocupación e interés, de alegría y jovialidad. Leo buenas intenciones y una invitación al mundo. Confusa, la tiro.
Puede que siempre haya sido la misma persona. O puede que fuesen infinidad de humanos distintos... y aún así, les negué la entrada. No les permití conocerme. No me permití conocerles.
Y no viví.
No hay comentarios:
Publicar un comentario