Dejando de lado las miserias e injusticias de la vida, el mundo es hermoso. Hay mil cosas que ver, hacer, sentir, experimentar.
Aún así, es tal la apatía que hoy me embarga que temo estar perdiendo la capacidad del asombro y la gracia.
Lo estético no es profundo, lo profundo no genera motivación, y la motivación brilla por su ausencia.
Un ser enajenado, desencantado. Frustrado por sus propias incapacidades, pero desatendido de cualquier grado de convicción por cambiar aquel estado. Resignado a su inevitable desinterés, retroalimentando su pereza o, lo que es peor, sepultando su último ápice de voluntad.
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