Hoy, cuando puedo palpar la ráfaga de los 18, me retracto. Condicionada por la sociedad, 18 ya no es un número. Es una etiqueta. Una carga. Una puerta que abre posibilidades, mas que atormenta con sus responsabilidades.
Hoy, que proclamo ser madura y consciente, no quiero abandonar el umbral protector de mis 17 años. Estúpido o no, siento la puerta cerrarse a mis espaldas... o al menos su eco, si es que ya se había cerrado previamente.
Qué paradoja es que te consideren "intelectualmente madura" cuando todo lo que ansío es echar formol a mi vida. Permanecer en este momento sólo un rato más.
Porque reniego, insulto, me quejo... pero aún así lo disfruto.
No tengo la necesidad o añoranza de crecer. Al contrario, la incertidumbre parece ser un motor en reversa, y sólo está logrando una involución generalizada en mi cabeza.
Admito únicamente para mis adentros -y ahora por escrito- lo que no me atrevo a decir en voz alta. Porque sería demasiado real.
Así, parece que estando en el auge de la vida, las emociones, las vivencias y la juventud... todo se desmorona. Porque en el fondo sólo soy una persona que teme a lo desconocido. O a lo demasiado conocido. A tener la certeza de que todo irá mal. De saber cuánto hay por perder incluso cuando no haya algo por ganar.
Si es una versión pesimista de la existencia, y probablemente lo sea, no tengo más remedio que aceptar que es lo que pienso. Sin mentiras ni disfraces.
Un náufrago que ya ha perdido toda esperanza de tocar tierra.
Un soldado que ha ganado la guerra, mas ha perdido a todos sus compañeros en combate.
Una hormiga que ha trabajado toda su vida por instinto, mas cuyo fin desconoce.
Un ser humano que ya no desea interpretar su papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario