Absorto en sus pensamientos, no pudo evitar sobresaltarse cuando una inesperada voz interrumpió su silencio.
Levantó la mirada, mas no podía descifrar lo que escuchaba. Un zumbido de incoherencias que parecían desvanecerse apenas ser pronunciadas. Su mente aún estaba en otra parte.
Ajena a su incomprensión, la voz continuaba ahí, cada vez más insistente.
Llevo aquí esperando más de treinta minutos, murmuró.
Pero tiene que venir. Va a venir.Sin realmente estar de acuerdo con sus palabras, se limitó a acomodarse mejor en el asiento, dispuesto a esperar una vida si fuese necesario.
Inconscientemente, pareció haber aplacado a la molesta voz, lo que le permitió retomar correctamente el hilo de sus pensamientos.
Sin embargo, sabía que no debía hacerlo. Lo único que lograba era ahondar la herida que latía al compás de su corazón. Debía deshacerse de aquellas vanas ilusiones. Pero ya no le era posible. Habían llegado al límite.
Los más turbulentos y hermosos meses de su vida… Bien sabía que era hipócrita decir que preferiría no haberlo conocido. Agradecía día a día haberse cruzado en su camino.
No es que le molestara ser dependiente, sino que le asustaba la imagen de una eterna abstinencia. Porque no era correspondido. O al menos no abiertamente. Porque aquella era la última oportunidad de tomar cartas en el asunto, y parecían estar desbaratándose a una velocidad impresionante.
Y no podía permitirlo, pero tampoco evitarlo. Él había seguido su voluntad. Había cometido la insensatez de escuchar a su corazón por sobre su mente, y aquí estaba hoy.
La gente danzaba de un lado a otro, susurros iban y venían, y él permanecía inmóvil, a la espera de lo imposible. Porque, realmente, era imposible.
¿Quién tiraría un collar de diamantes sólo porque un eslabón estaba dañado? Sólo era cuestión de desechar aquella imperfección y volver a la normalidad.
Esperó veinte minutos. Y luego otros diez. Y cinco más…. Sólo un poco más.
No vino. La realidad de aquella afirmación hizo que su corazón se empequeñeciera tanto que el dolor se volvió insoportable. Respirando con dificultad, dejó dinero sobre la mesa, tomó su bolso y abandonó aquel triste lugar.
Eso era todo. Era hora de irse. Ya nada lo retenía.
La sola presencia de Él hubiese sido suficiente para abandonar todos sus planes… mas era evidente que allí no había quien añorara su estadía. Comprendió entonces lo solo que estaba en el mundo.
El joven no estaba seguro de que estuviera lloviendo, mas cientos de gotas de agua repiqueteaban en su rostro.
Solo. Estoy completamente solo.Comenzó entonces a reírse a costa de su propia ingenuidad.
Y alguien rió con él.
Se detuvo y alzó la vista.
No era posible… ¿o sí?
Pero sí que lo era. Porque allí estaba, parado frente a Él. La dicha que lo invadió mientras fusionaba su cuerpo con el de su amado en un abrazo era indescriptible.
El recién llegado no hablaba. Él tampoco lo hacía. Pero no se necesitaban palabras. Estaba allí, y era todo lo que importaba.
Incluso si todos los espectadores que allí estaban veían a un hombre solo raramente abrazado a un poste de luz, no importaba.
Porque a veces el engaño hace bien al alma.
Porque la felicidad no precisa ser racional.