
Las ramas desnudas de los árboles
adornan las calles desiertas
que cubiertas bajo un velo gris
a veces parecen despiertas.
Canta el aguacero su arrullo,
acompañado por la melódica brisa.
Vistióse la tarde de luto,
mas guarda una leve sonrisa.
Frágil y ceniciento se muestra
un rostro débilmente espectante;
admira y absorve del cuadro
aquel aura de quietud palpitante.
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