La blancura sobrenatural de su rostro no podría ser más llamativa.
Tomó su pintura escarlata y dio color y vida a sus labios, contrastando entonces con su luminosa piel.
Aquella boca suya siempre había sido su más fiel característica, acompañada por sus voluminosos rizos colorados que no pasaban desapercibidos.
Llevaba un hermoso sombrero púrpura, el cual resaltaba aún más su presencia.
Acomodó con gran empeño el fino moño carmesí que seleccionó como accesorio, y luego lustró sus zapatos hasta que brillaron como estrellas.
Suspiró, recordando entonces que era hora de partir, y abrió la puerta que daba al exterior para zambullirse al mundo de caminantes.
Sintió casi instantáneamente las miradas clavándose en su persona, pero hizo caso omiso a ello. Solía ser el centro de atención, aunque reconoció que aquel día parecía ser un imán en Ciudad Metálica.
Pensó un momento, intentando descifrar o recordar qué había cambiado en su apariencia...
La voz de un infante aclaró esta duda:
-Mira mami- comentó, deteniéndose a observarle- qué curioso...un payasito con el maquillaje al revés.