Una dosis de realidad tan repentina y atroz que no había
manera de ser inmune. Había arrancado el velo que estaba tan cuidadosamente
colocado sobre el espejo, poniéndolos a todos al desnudo, inútiles, asquerosos
e inservibles, al menos por un rato. Siempre inmersos en su propia existencia,
desinteresados y ciegos ante la desdicha ajena. Egoístas sin remedio.
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